El
club de la suerte y alegría
Amy Tan
La vela roja: Lindo Jong
Una vez sacrifiqué mi vida para
guardarle una promesa a mis padres, esto no significa nada para ti porque para
ti las promesas no valen. Una como hija puede prometer llegar a cenar pero si tiene jaqueca, si está atrapada en el tráfico o si
quiere ver su película favorita en la televisión, rompe esa promesa. Vi esta
misma película cuando no llegaste. El soldado americano promete regresar y
casarse con su novia. Ella llora con sentimiento y él le dice, “¡te lo prometo,
te lo prometo! cariño, mi promesa es tan sólida como el oro”.
Después la lleva a la cama, pero nunca
regresa. Su oro es como el tuyo, solo vale catorce quilates.
Para nosotros los chinos, catorce
quilates no es oro verdadero; siente mi
pulsera, debe ser de veinticuatro
quilates, puro por dentro y por fuera.
Es demasiado tarde para que cambies,
pero te digo esto porque me preocupo por tu bebé. Me preocupa que algún día me
diga, “Gracias abuela por el brazalete de oro. Nunca te olvidaré.” Sin embargo
después, olvidará su promesa, olvidará que tuvo abuela.
En la misma película de guerra, el
soldado americano regresa a casa y se arrodilla para pedirle la mano a otra
chica, y la chica desvía la mirada tímidamente,
como si nunca se lo hubiera imaginado. Y de repente ¡sus ojos lo miran
fijamente y ahora sabe que lo ama, tanto que le provoca llorar! “sí”, le dice
finalmente, y se casan para toda la vida.
Este no fue mi caso, en lugar de eso, la
casamentera del pueblo visitó a mi familia cuando sólo tenía dos años. No,
nadie me lo dijo, lo recuerdo claramente. Era verano, hacía mucho calor y había
mucho polvo afuera, y podía escuchar los llantos de Cicadas en el patio.
Estábamos bajo algunos árboles de nuestro huerto, mis hermanos y los sirvientes
estaban recolectando peras que estaban arriba de mí. Yo estaba sentada en los
brazos calurosos y pegajosos de mi madre. Yo agitaba mis manos, porque enfrente
de mi volaba un pájaro pequeño con cuernos y alas delgadas y coloridas. Luego
el pájaro de papel se fue volando y frente a mi había dos mujeres. Las recuerdo
porque una de ellas hizo un sonido extraño “shrrhh, shrrhh”. Cuando crecí
llegue a reconocerlo como un acento pequinez, que sonaba un tanto extraño para
la gente de Taiwán.
Estas dos mujeres me miraban sin hablar.
La mujer con la voz extraña tenía la cara pintada y ésta se derretía por el
calor. La otra mujer tenía una cara reseca como la de un tronco de árbol.
Primero me vio, y después vio a la mujer pintada.
Claro que ahora sé que la mujer de cara
reseca era la vieja casamentera del pueblo, y la otra era Huang Taitai, la
madre del niño con el que me obligarían a casar. No, es mentira lo que algunos
chinos dicen del valor de las niñas; depende de qué tipo de niña seas. En mi
caso, la gente podía ver mi valor, me veía y olía como un precioso pastelillo,
dulce y de tez clara.
La casamentera me presumía: “un hermoso caballo
con una hermosa oveja. Ésta es la mejor combinación para el matrimonio”. Me dio golpecitos en el hombro pero yo quite su
mano. Huang Taitai le susurró con su extraña voz que tal vez yo tenía un
inusual mal pichi, un mal carácter, pero
la casamentera rió y dijo, “Ni tanto, ni tanto. Ella es fuerte, tiene el
espíritu de un caballo. Crecerá para trabajar duro y cuidarte cuando seas
mayor.”
Y fue ahí cuando Huang Taitai me miró
fijamente como si pudiera penetrar mis pensamientos y ver mis futuras
intenciones. Nunca olvidaré esa mirada. Con sus ojos bien abiertos, miro mi
cara cuidadosamente y luego sonrió. Podía ver un gran diente de oro brillante como
el sol enceguecedor y después su boca se abrió tan grande como si quisiera
tragarme de un bocado.
Fue así como fui desposada del hijo de
Huang Taitai, quien después descubrí que solo era un bebé, un año menor que yo.
Su nombre era Tyan-yu. Tyan por
“cielo”, porque era muy importante, y yu significaba “restos”, porque cuando nació su padre
estaba muy enfermo y su familia pensó que moriría. Tyan-yu sería los restos del
espíritu de su padre. Pero su padre vivió y su abuela estaba asustada por que
el bebé tal vez llamaría la atención de los espíritus y se lo llevarían. Así
que siempre lo vigilaron, decidieron por él, y se volvió muy malcriado.
Pero aun si yo hubiera sabido que
tendría un esposo tan malo, no tenía elección, ni ahora, ni nunca. Así es como
eran las familias conservadoras en el campo. Siempre éramos los últimos en
dejar las estúpidas tradiciones anticuadas. En otras ciudades los hombres ya
podían elegir a su propia esposa, con el permiso de sus padres claro. Pero a
nosotros no se nos permitía este tipo de nuevas ideas. Nunca se escuchaba si
estas ideas eran buenas en las otras ciudades, sólo lo malas que eran. Nos
contaban historias de hijos que fueron tan influenciados por sus malas esposas
que sacaron a sus pobres y viejos padres a la calle. Así que, las madres
taiwanesas seguían escogiendo a sus nueras, aquellas que criaran apropiadamente
a sus hijos, se preocuparan por la gente mayor, y que barrieran fielmente el mausoleo
familiar mucho después de que las ancianas hayan muerto.
Porque estaba prometida al hijo de Huang
en matrimonio, mi propia familia empezó a tratarme como si perteneciera a
alguien más. Mi madre decía “Mira cuanto puede comer la hija de Huang Taitai”
cuando el plato de arroz cubría mi cara demasiadas veces. Mi madre me trataba así
no porque no me amara, lo decía mordiéndose la lengua para que no deseara algo
que ya no era suyo.
Yo era una niña muy obediente, pero a
veces tenía una mirada amarga en mi cara, sólo porque tenía calor, estaba
cansada o muy enferma. Aquí es cuando mi madre decía “que cara tan fea. Los
Huang no te querrán y nuestra familia será deshonrada”, y yo lloraba para
hacerla más fea.
“No sirve de nada” decía mi madre.
“hicimos un contrato. No se puede romper,” y yo lloraba más fuerte.
No vi a mi futuro esposo hasta que tenía
ocho o nueve años; el mundo que conocía era el conjunto familiar en la aldea
afuera de Taiyuan. Mi familia vivía en una modesta casa de dos pisos con una
pequeña casa en el mismo conjunto, que en realidad sólo eran dos cuartos juntos
para nuestro cocinero, el sirviente y sus familias. Nuestra casa estaba en una
pequeña colina; llamábamos a esta colina “tres pasos hacia el cielo”, pero en
realidad solo eran capas de lodo endurecido
que habían sido deslavados por el río Fen a través de los siglos. En la
pared del Este de nuestro complejo estaba el río, que, según mi padre, le
gustaba tragarse a los niños pequeños. Él dijo que una vez, el río se tragó a
todo el pueblo de Taiyuan. Las aguas del río eran de color café en el verano,
en el invierno, el río era verde azulado en las partes más estrechas donde la
corriente era más rápida; en los lugares más amplios estaba congelado aún,
blanco como el hielo.
Ah!, puedo recordar el año nuevo cuando
mi familia y yo fuimos al río y atrapamos muchos peces, criaturas resbaladizas
gigantes, pescadas mientras aún dormían en los congelados cauces del río, tan
frescos que incluso después de que fueron destripados movían sus colas cuando
se lanzaba a la sartén caliente.
Ese fue el año en el que vi por primera
vez a mi marido de niño. Cuando los petardos estallaron, exclamó -¡ay! - con la
boca bien abierta a pesar de que ya no era un bebé.
Más tarde lo volvería a ver en las
ceremonias del huevo rojo, cuando a bebés varones de un mes se les daba sus
nombres reales. Se sentaba en las viejas rodillas de su abuela, casi
quebrándolas con su peso, y se negaba a comer todo lo que se le ofrecía,
siempre volteando su cara hacia otro lado, como si alguien le estuviera
ofreciendo un pepinillo apestoso y no un dulce pastel.
Así que yo no me enamoré de mi futuro
esposo de la forma como lo muestra la televisión hoy en día, percibí a este
niño más como un primo problemático. Aprendí a ser cortés con los Huang, especialmente
con Huang Taitai. Mi madre me empujaba hacia Huang Taitai y decía: "¿qué
se le dice a tu madre?" Yo estaba confundida; no sabía a cuál madre se
refería. Así que volteaba a ver a mi madre verdadera y decía, "Disculpe,
Mamá," y luego caminaba hacia Huang Taitai
y le daba un postrecillo, diciendo: "Para usted, madre."
Recuerdo que una vez fue un trozo de syaumei, una bolita de masa que me
encantaba comer. Mi madre le dijo a Huang Taitai que yo había hecho esa bola de
masa especialmente para ella, a pesar de que sólo la había picado con el dedo
cuando el cocinero la sirvió en el plato.
Mi vida cambió por completo cuando tenía
doce años. El verano en el que llegaron las fuertes lluvias, el río Fen que
atravesaba la tierra de mi familia, inundó las llanuras. Destruyó todo el trigo
que mi familia había plantado ese año y convirtió la tierra infértil por muchos
años. Incluso nuestra casa que se encontraba en la cima de la colina quedó
inhabitable. Cuando bajamos del segundo nivel, vimos el piso y los muebles
cubiertos de lodo pegajoso. Los patios estaban llenos de trozos de árboles
arrancados, pedazos de paredes, y pollos muertos; éramos tan pobres en todo ese
lío.
No se podía ir a una compañía de seguros
en ese entonces y decir: alguien provocó este daño, páguenme un millón de
dólares. En aquellos días, era de mala suerte si perdías todos tus bienes. Mi
padre dijo que no había más remedio que mudarse a Wushi, al sur, cerca de
Shanghai, donde el hermano de mi madre era dueño de un pequeño molino de
harina. Mi padre explicó que toda la familia, excepto yo, se irían
inmediatamente. Yo tenía doce años, edad suficiente para separarme de mi
familia y vivir con los Huangs.
Los caminos eran tan lodosos y estaban
llenos de baches gigantes que ningún camión estaba dispuesto a venir hasta la
casa. Todos los muebles pesados y ropa de cama tenían que quedarse, y éstos se
les prometieron a los Huang como mi dote; de esta manera, mi familia era
bastante práctica. El dote era suficiente, más que suficiente, dijo mi padre.
Pero no pudo impedir que mi madre me dejara su chang, un collar hecho de una
piedra de jade rojo. Cuando lo colocó alrededor de mi cuello se comportó muy
dura, así que sabía que estaba muy triste. "Obedece a tu familia. No nos
deshonres", dijo. "Actúa feliz cuando llegues; de verdad, tienes
mucha suerte."
La casa de los Huang también estaba al
lado del río. Mientras que nuestra casa había sido inundada, la de ellos estaba
intacta. Esto es porque su casa estaba más arriba en el valle, y ésta fue la
primera vez que me di cuenta que los Huangs tenían una mejor posición que mi
familia. Nos veían por debajo de ellos, lo que me hizo entender por qué Huang
Taitai y Tyan-yu eran tan soberbios.
Cuando pasé por debajo del arco de
piedra y madera de la entrada de los Huang, vi un gran patio con tres o cuatro
filas de pequeños edificios. Algunos eran para el almacenamiento de
suministros, otros para los sirvientes y sus familias. Detrás de estos
edificios modestos se encontraba la casa principal.
Me acerqué y miré fijamente a la casa que
sería mi hogar por el resto de mi vida. La casa había estado en la familia por
muchas generaciones. En realidad no era tan vieja o extraordinaria, pero pude
ver que había crecido con la familia. Habían cuatro pisos, uno por cada
generación: bisabuelos, abuelos, padres, e hijos. Tenía un aspecto inusual. Se
había construido apresuradamente, y con el paso del tiempo se añadieron
habitaciones, pisos, alas, y decoraciones por todos lados;
reflejaba demasiadas opiniones. El primer nivel se construyó con piedras de río
que se mantenían unidas con barro y paja. El segundo y tercer nivel estaban
construidos de ladrillos lisos con un caminito para darle el aspecto de una
torre de palacio. El nivel superior tenía paredes de losas grises cubiertas con
un techo de tejas rojas. Para hacer que la casa pareciera importante, había dos
grandes pilares circulares que soportaban la entrada al porche de la puerta principal.
Estos pilares estaban pintados de rojo, al igual que los bordes de las ventanas
de madera. Alguien, probablemente Huang Taitai, había añadido cabezas de
dragones imperiales en las esquinas del techo.
En el interior, la casa tenía una
apariencia diferente. La única habitación agradable era un salón en el primer
piso, el cual los Huang utilizaban para recibir a los invitados. Esta
habitación tenía mesas y sillas pintadas en rojo laca, almohadas finas con el
nombre bordado de la familia Huang en el estilo antiguo, y muchas cosas
preciosas que daban el aspecto de riqueza y prestigio. El resto de la casa era
sencilla, incómoda, ruidosa, y estaba
llena de quejas de los veinte parientes. Creo que con cada generación la casa
se volvía más pequeña en el interior, y cada vez más se llenaba de gente. Cada
habitación había sido cortada a la mitad para hacer dos.
Ninguna celebración se llevó a cabo
cuando llegué. Huang Taitai no tenía banderas rojas en la habitación de lujo
del primer piso que me dieran la bienvenida. Tyan-yu no estaba allí para
saludarme. En su lugar, Huang Taitai me apresuró a que subiera las escaleras
para ir al segundo piso; a la cocina en donde los niños de familia no suelen
ir. Este era el espacio para los cocineros y sirvientes. Entendí cuál era mi
lugar.
Ese primer día, usé mi mejor vestido. Comencé a cortar las verduras sobre la mesa
bajita de madera. No podía mantener mis manos firmes. Echaba de menos a mi
familia y me dolía el estómago; sabía que por fin tenía la vida que el destino
me había preparado. Pero también estaba decidida a cumplir la palabra de mis
padres, para que Huang Taitai nunca pudiera echarle en cara a mi madre el haber
perdido el honor; nuestra familia no le daría ese gusto.
Mientras pensaba esto, vi a una
sirvienta anciana inclinándose sobre la mesa bajita destripando un pescado,
mirándome con el rabillo del ojo. Lloraba y tenía miedo de que le dijera a
Huang Taitai, así que con una gran sonrisa grité: “¡Que afortunada soy, voy a
tener la mejor vida!" Al pensar demasiado rápido, debí haber ondeado el
cuchillo demasiado cerca de su nariz, porque gritó con enojo: "¡Shemma bende ren!" - ¿Qué
clase de tonta eres? Supe de inmediato que era una advertencia, porque cuando
grité esa declaración con felicidad, casi me engaño pensando que podría hacerse
realidad.
Vi a Tyan-yu en la cena. Yo era unos
cuantos centímetros más alta que él, no obstante, él actuaba como un gran señor de la guerra.
Sabía qué clase de marido sería porque se esmeraba en hacerme llorar. Se quejó de que la sopa no
estaba lo suficientemente caliente, y luego derramó el tazón como si se tratara
de un accidente. Esperó hasta que me sentara a comer para exigirme otra porción
de arroz. Me preguntó por qué tenía una cara tan desagradable cuando lo miraba.
En los años siguientes, Huang Taitai
instruyó a los sirvientes para que me enseñaran a como coser esquinas agudas en
las fundas de almohadas y bordar el nombre de mi futura familia en ellas. “¿Cómo
puede una mujer mantener la casa de su marido en orden si ella nunca se ha
ensuciado las manos?” Esto solía decir Huang Taitai cuando me daba una nueva
tarea. No creo que Huang Taitai se haya ensuciado las manos, pero era muy buena
para dar órdenes y criticar. "Enséñenle
a lavar el arroz correctamente hasta que el agua salga clara. Su marido
no puede comer arroz sucio”, le decía al cocinero.
En otra ocasión, le dijo a un sirviente
que me enseñara a limpiar un orinal:
"Hagan que ponga su propia nariz en el orinal para asegurarse de que está
limpio" Así es como me enseñe a ser
una esposa obediente. Aprendí a cocinar tan bien que podía oler si la carne
tenía demasiada sal aun sin probarla, podía coser puntadas tan pequeñas que
parecía que el bordado se había pintado en la tela. Huang Taitai se quejaba de
una manera pretenciosa diciendo que antes de tirar una blusa al suelo está ya
estaba limpia y lista para usarla de
nuevo.
Después de un rato yo no creía que fuera
una vida horrible, no, en realidad no. Después de un tiempo, dolía tanto que no
sentía ninguna diferencia. ¿Que era mejor que ver a todo el mundo engullir las
setas brillantes y brotes de bambú que había ayudado a preparar ese día?¿”Qué
era más satisfactorio que tener Huang Taitai asintiendo y acariciando mi cabeza cuando había
terminado de peinar su cabello cien veces?¿Qué tan feliz podía ser después de
ver Tyan-yu comer un plato entero de fideos sin quejarse de su sabor o de mi
aspecto? Es como esas señoras en la
televisión estadounidense en estos días,
que son tan felices de quitar una mancha en la ropa y que esta se ve mejor que nueva.
¿Puedes ver cómo los Huang casi me impusieron sus ideales? Llegué a ver a
Tyan-yu como un dios, alguien cuyas opiniones eran tan valiosas, mucho más que
mi propia vida. Llegué a ver a Huang Taitai como mi verdadera madre, alguien a
quien quería agradar, alguien a quien debía seguir y obedecer sin decir nada.
En el año nuevo lunar cuando cumplí
dieciséis años, Huang Taitai me dijo que estaba lista para recibir a un nieto
en la próxima primavera. Incluso si yo no hubiera querido casarme, ¿dónde
podría ir a vivir? A pesar de que yo era fuerte como un caballo, ¿cómo podría
huir? Los japoneses estaban en todos los rincones de China.
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